domingo, 17 de julio de 2011

Ok, sí, ya lo entendí.

Ahora te pido algo: dejá de perseguirme, ya aprendí la lección.
Una y otra vez. Una y otra vez. Lo volví a hacer. Esas actitudes que uno tiene y que no se da cuenta (o sí pero no quiere verlo) de que las vuelve a adoptar, y que, indefectiblemente, conducen a lo mismo.
Es como un fantasma que te asecha y te persigue, hasta que lo enfrentás, y en ese momento te cae la ficha de que desaparece. Y desapareció. Pasa lo mismo con el miedo, cuando te animás a ir más allá de lo que te limitaste, de lo que suponías que no podías hacer, todos los pensamientos anteriores se esfuman. Y sólo queda la satisfacción de haberlo logrado.

Gracias, pero es hora de que te vayas.
Adiós.